sábado, 27 de octubre de 2007

Sobrevivir al sexo opuesto




Fragmento del libro XL, de Marina A. Schapiro

“Seamos amigos”. Cuando una señorita no se siente lo suficientemente segura de sí misma soluciona dicho complejo con esa frase mágica que stressa completamente a los hombres. “¡¿Me ve como un simple confidente?! ¡¿No me desea ni un poco?! ¡Ya va a ver!”. Estímulo respuesta. Ellos funcionan exactamente como esperamos. Es el famoso cálculo matemático que nunca falla. La mujer que quiere ser amiga del tipo que le gusta es la clásica señorita que pide “helado caliente”. Nada más simple que jugar a la confianza. Flirtear con los límites del deseo y la privación. Todo empieza con un simple llamado telefónico. Claro, cuando hacemos de cuenta que no hay tensión sexual dejamos de medir la magnitud de nuestras acciones. “¡Hola puto! ¿A qué hora te veo?”. La fricción del deseo se encapsula en un insultito de cuatro letras y misión cumplida. “Cuando quieras… ¿Tomamos una cerve más a la nochecita?” suele ser la respuesta del muchacho en cuestión. Ellos también tiran de la soga de pasiones encubiertas. La oscuridad nacional tiene esa mística que acelera a los corazones dormidos y apuñala a las almas incompletas. La mujer –que se cree- todopoderosa afila su aspecto y acentúa las características femeninas con escotes o ropa ajustada. Lo terrible es que en la mayoría de los casos el sobre-exhibicionismo no favorece a nuestra raza. Hablo de las mujeres reales, por supuesto. Si Carla Conte o Luli Fernández se pasearan por la ciudad en jogging y una remera gastada atraerían a 900 tipos más que una de nosotras escotadas hasta el ombligo. Pero en esos momentos de desesperación inquietante no es necesario levantar una tribu entera. Hay un sólo objetivo al que una disfraza bajo el rótulo de amigo. Perfume, maquillaje, ropa nueva… ¡Listo! No hay presión horaria. Vale llegar más tarde o más temprano, da igual. En definitiva no hay que “quedar bien”, aunque en realidad sí, pero intentamos hacerles creer que no estamos pendientes del reloj. ¡Vil mentira! No sólo hicimos cálculos físico-químicos, matemáticos y algebraicos, sino que además nos sobró tiempo y estuvimos media hora cazando moscas para que ellos crean que se nos pasó el tiempo y ¡gracias que nos acordamos!
El encuentro es clave: como no hay tensión sexual vale ir a la casa del indio. La mujer llega con cara de feliz cumpleaños, despliega sus brazos en un intento de apoyar sus atributos sobre el pecho masculino y decora el momento con algún que otro mimo escurridizo en la espalda fornida o delgada del “amigo” en cuestión. Él responde ante el estímulo y aprieta su cuerpo con fuerza para sentir los pezones erguidos empujando su tórax. Acto seguido pregunta a qué se debe esa sonrisa de propaganda. ¡Si supieran que la respuesta está justo en el espejo de sus propios baños! Sin dudas la mujer preparó su speech mientras elegía qué ropa usar: “es que me llamó Tomi y lo veo mañana… Hablamos como dos horas por teléfono y me dijo que extrañaba mis besos…”. Mentira, no hay ningún llamado de ningún tal Tomi. Pero no importa, este es el momento en el que empieza la clásica conversación de personas que juegan a ser amigas.

Él: ¿Pero lo querés volver a ver? ¡No pierdas el tiempo tenés un millón de machos solteros para elegir! – Traducción: “estamos solos en mi casa y hoy podríamos tener sexo”
Ella: Es que no entendés, daba unos besos espectaculares, teníamos una química sublime, monumental… - “envidialo, dale, puedo sentir el olor de tu envidia”
Él: ¡Eso lo decís porque no conocés toda la mercadería! – Hay dos clases de hombres: los que aman su órgano sexual y los que vienen mal equipados y necesitan hacer alarde del tamaño que no tienen.
Ella: No, no, te equivocás… Teníamos toda la confianza del mundo. ¡No sabés lo que disfrutaba de darle sexo oral! No me cansaba nunca… Y después le hacía el desayunito y la carita de placer que tenía era como la de un nene de los años ’80 cuando le regalaban su primer micromachine. - “¿Y? ¿Ya te estás imaginando cómo desvestirme o querés que te siga bombardeando con anécdotas hot?"
Él: Che, ¡no te tenía tan gauchita! – “¡epa, quiero probar eso!”
Ella: ¡Bueno gordo somos amigos! – “¡quiero que me hagas el amor sin censura!”
Él: Bueno justamente, ¡hay confianza! – Traducción: “podés sacarte toda la ropa que te voy a tratar como si fueras una reina”
Ella: Me inhibí – “muero por seguir hablando de mi pero… ¿dale que ahora soy yo la que saca información?” – Contame en qué andás vos pirata…
Él: Tranqui… Algún que otro huesito por ahí – “me acuesto todos los días con una mina distinta, en su mayoría son feas, pero como confesarme hundiría mi ego sexual te dejo con la intriga para que tu única neurona complete la falta de información con corpiños talle 110 y micro tangas”
Ella: ¿Y los amores? ¿Todavía no encontraste a tu media naranja? – “Sin ningún tipo de presión quiero que empieces a pensar en mi como una posible futura amante, novia, esposa y madre de tus hijos”
Él: Mmmmmmh… Nah! – Ojalá hubiera alguno de esos sonidos que emite el cerebro de Homero Simpson en situaciones que requieren de concentración y meditación.
El diálogo termina pobre y sudoroso. Ambos desnudos en la imaginación pero al mismo tiempo ella ceba el mate más amargo de la historia. El amor fue el punto final para el intercambio de pasiones encubiertas. ¡Qué lindo sería golpear la yerba contra el piso y nuestros cuerpos sobre la cama! Pero… ¿sentir? ¿Qué es eso? Si somos amigos… A partir de ahora los temas de conversación se reducen al trabajo, estudio o el perro de la tía soltera e hipocondríaca.
Son las tres de la mañana y ella mira el reloj perturbada.
Ella: Es tarde… Me voy yendo… - “Pedime que me quede y mañana me tenés instaladita con el cepillo de dientes”.
Él: (silencio) – “no me puede dejar así…”
Ella: Ahora en cinco llamo al taxi… - “Che estúpido te estoy avisando por segunda vez que me voy y no tenés la delicadeza de rogarme que no lo haga”
Él: (se levanta del sillón y estira sus brazos como si recién saliera de gimnasio) Bueno… - “¡ahora que se joda! estoy cansado”
Ella: (marca el número desganada, pide el auto y corta. Silencio) ¡Qué fiaca! – “Te odio con toda mi alma, la próxima te llevo a un bar para que veas como me desean los tipos y te tomes sin bombilla tu ego hervido”
Él: Sí, mal… - “Si invitaba a una de mis amantes regulares me ahorraba tanta labia”
Después de cinco minutos suena el timbre. Ambos aliviados y enojados al mismo tiempo. Se despiden con el mismo abrazo de erotismo implícito. ¡¿A eso se le llama amistad?!


Marina Ailín Schapiro

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